La dificultad de hacer el cangrejo
La historia de Lydia Jiménez
Prefiere hacer la tarea por la tarde, porque le encanta, aunque muchas veces hace malabares para ir a natación, pádel, tenis hípica, sevillanas y catequesis. Lydia tiene una discapacidad que la capacita para luchar por su sueños.

Lydia durante una de sus clases en el Colegio Público Romero Peña de La Solana.
- Yo aprendo un montón de cosas.
- ¿Qué fue lo que más te costó?
- ¡Uff...! No sé... Abrir las bolsas o atarlas, aunque depende del nudo. Si no puedo, se lo pido a alguien. Pero siempre lo intento. ¡Ah! ¡Sé hacer el cangrejo! Me cuesta un poco más, pero lo hago.
- Entonces tu asignatura favorita...
- ¡Educación física!
Lydia prefiere hacer la tarea por la tarde, porque le encanta, aunque muchas veces hace malabares para ir a natación, pádel, tenis, hípica, sevillanas y catequesis. Antes jugaba también a fútbol, pero lo acaba de dejar porque se aburría y así aprovecha para hacer mejor los deberes del colegio. Los días que tiene natación, mientras llega su madre a recogerla a ella y a su hermano Manuel, ducha al pequeño, que tiene cuatro años. Su cuaderno de Lengua tiene algunas correcciones, pero su letra es cuidadosa y las primeras hojas de la libreta, impolutas. Si alguna tarde pasa por la tienda de su madre, igual tiene suerte y la ve con unas cuantas perchas sobre el brazo mientras la ordena.
Se llama Lydia Jiménez, tiene nueve años y una discapacidad que la capacita para luchar por sus sueños. Lydia nació sin el antebrazo izquierdo por una agenesia, una malformación durante el embarazo. Desde hace algunos meses, se ha convertido en la protagonista de su localidad natal: La Solana (Ciudad Real).
- ¿Y Vicente?
- Mi profesor favorito —afirma sin dejar de sonreír, mientras juguetea con una bolsa de globos para su próxima actividad en educación física: malabares.
“Lo que Lydia hace con una mano no lo haces tú con dos. Más que discapacidad, yo hablaría de capacidad. Te sorprende muchísimo”, dice su profesor preferido: Vicente Fernández, el artífice del “Proyecto Lydia”. Esta iniciativa, que surgió en octubre, tiene como objetivo recaudar los fondos necesarios para conseguir una prótesis mioeléctrica -valorada en unos dieciséis mil euros-, una prótesis que se conecta al cerebro y sigue las órdenes de este, es decir, hace lo mismo que un antebrazo normal. Lydia la necesita porque “no alarga lo que debería el brazo derecho [el que tiene bien] para coger las cosas y sí el izquierdo, con lo cual, la carga de la columna se le descompensa”, explica su madre, Edu Romero de Ávila. “Por ahora, tiene escoliosis y una costilla descolocada, con la que no sabemos qué ocurrirá”, matiza la madre.
- Tanta energía, Lydia, ¿cuál es tu comida favorita?
- ¡La paella! ¡Ah, y los fideos chinos! —dice con su enorme sonrisa.
- ¿Y lo que menos?
- Los garbanzos.
- Y las golosinas, te gustarán, ¿no?
- Sí, acabamos de ir a comprar. ¿No las ves?
Para eso, su maestro favorito irá hasta el desierto de Marruecos a correr una de las carreras ciclistas más duras, la Titan Desert, y, con los donativos de los patrocinadores que consiga para la carrera, ayudará a que su alumna pueda conseguir cuanto antes la prótesis que necesita. Vicente Fernández correrá durante los próximos días -del 27 de abril al 7 de mayo- con el “Proyecto Lydia” a la espalda. Junto con las más de seiscientas camisetas que han vendido, calculan recaudar “unos diez mil euros, y tener la prótesis en mayo”, afirma la madre. La Solana y Membrilla se han unido para que Lydia consiga esa ayuda que le hará más fácil su día a día y, sobre todo, le evitará problemas en su desarrollo. El proyecto surgió el verano pasado, a raíz de la asociación “Lydia somos todos”, que creó a principios del 2014 la madre [la cual es independiente al proyecto], de la pasión por la bicicleta del maestro y del ejemplo de la protagonista, así lo afirma Vicente Fernández.
- ¿Estás contenta porque tu maestro favorito te ayude a conseguir la prótesis?
- Sí, mucho. El otro día en Membrilla [en la presentación oficial de la carrera, que tuvo lugar hace unas semanas en la localidad manchega], Vicente dijo que “nunca me había escuchado decir que no podía hacer algo”.
“Un día llegué a clase, les repartí una peonza y una cuerda para que la liaran. Entonces me pregunté: ¿cómo lo hará Lydia?”, recuerda el maestro con los ojos brillantes. “Y cuando llegué, ya la había enrollado”. El maestro sigue relatando que, cuando te enfrentas por primera vez a una discapacidad como la que tiene Lydia, no sabes muy bien cómo reaccionar, aunque confiesa que con ella fue “muy fácil”: “Te da un poco de respeto hasta que no la conoces, porque a un niño de seis años no le vas a hacer una evaluación inicial, ni pruebas. Solo la observación”. Lydia te sorprende. Cuando sale del aula para ir al polideportivo a su última clase del martes, la ves arrastrando el carrito de la mochila con el brazo izquierdo, porque el derecho lo tiene inflamado (unos días antes se había caído con la bicicleta) y luego parece que está dispuesta a participar en la clase de Educación física, aunque no lo hace porque el médico le ha recomendado que no haga deporte hasta que esté mejor. “Otro día, un niño de primero de primaria me pidió que le atara los cordones -es muy común- y, antes de que me agachara, ya estaba allí Lydia para ayudar”, recuerda el profesor favorito, quien afirma que de ella ha aprendido “el reto, la superación”. “Vive como su tuviera el antebrazo”, afirma el maestro, como lo corrobora el padre de la pequeña, Luis Jiménez: “Lydia es una niña normal, hace de todo”.
- Lydia, ¿alguna vez has sido delegada de tu clase?
- ¡Fuiiii! —suena alargado, y parece que es un tema delicado—. ¡Fui delegada el curso pasado! ¡Y el trimestre pasao también! Pero ya no.
- ¿Y eso?
- Y el trimestre pasao hubo un día que fui, porque la delegada se portó mal, mintió y tó eso, y me pusieron a mí como delegada. Yo pensé: “Podría haber mentío en medio del curso...”. Pero no.
Mientras hablamos, el pequeño Manuel, el hermano de Lydia con cuatro años de energía, desafía al baño de la trastienda de la tienda de su madre: un lugar oscuro y lleno de cajas de ropa.
- ¡Lydia, ven! ¡Lydiaaaaaa! ¡Lydia, ven! [Manuel suena desesperado]
- ¡No puedo, ahora no!
- ¡Veeeeen!
- ¡Voooooy!
“Cuando algo se le mete en la cabeza, no para hasta que lo consigue. Cueste lo que cueste”, cuenta con normalidad su madre. Edu Romero de Ávila confiesa que su hija le enseña todos los días “la capacidad de no parar, de estar en mil cosas”. Ella pasa gran parte de su tiempo en la tienda, y el resto cuidando de sus hijos, por lo que el tiempo parece que no siempre es suficiente. Pero ahí está Lydia: “Siempre está dispuesta a ayudarme”. “Ahora porque está con el brazo mal, que si no, me hubiera recogido la trastienda [en la tienda de ropa para niños que regenta y donde los niños pasan algunos ratos por las tardes]”, relata la madre. Lydia siempre está disponible para ayudar a quien lo necesite. Lydia es un ejemplo: “Cada día te sorprende. Es el motor del proyecto”, apunta el maestro.
- ¿Cuál es tu color favorito?
- Del que voy [vestida].
- Rosa.
- Sí —asiente con la cabeza.
- ¿Te gusta mucho?, tu estuche es del mismo color... y algunos bolis.
- Sí.
- ¿Y te gustan las muñecas?
- (Hace un guiño con la nariz y las cejas: ya tiene nueve años). Cuando era chica... ¡Ah! Tengo dineros de mentira, móviles de mentira con música... ¡Mira!
Lydia tararea las canciones de su iPhone verde mientras me lo enseña.
- ¿Cuál es tu serie favorita?
- Violetta —dice mientras va a socorrer al pequeño Manuel del oscuro baño, pues se ha mojado los calcetines y reclama más ayuda—. ¡Ahora vengo!
“Te rompes”. La madre de Lydia recuerda por un instante cómo fue el momento en que conoció la noticia de que a su pequeña le faltaba el antebrazo izquierdo. Solo es capaz de decir esas dos palabras. Pero no hace falta más. Y sí decir que no se cansaron de pelear por ayudar a Lydia a llevar una vida normal. “Desde el principio, le enseñamos aquello que pensábamos que tendría más dificultad: a atarse los cordones, a peinarse, a comer ella sola... A los dos años, aprendió aquello que creíamos que le costaría más. Te sorprende que aprenda antes que otro niño -cuenta Edu Romero de Ávila-, hace más cosas que Manuel”. Se rompió, pero sacó esa energía que tienen las madres: “Los hijos te dan la fuerza para tomarte la vida de otra manera y enfrentarte a las dificultades”.
- Me encanta hacer la tarea —dice mientras ojea el cuaderno de lengua.
- ¿Así?
- Sí, me la he traído a la tienda para hacer la tarea de Lengua. En el cole me he puesto a hacer un dibujo en lugar de los deberes, porque me gustan los deberes.
- ¿Me enseñas tu cuaderno?
- Sí, mira. El otro día me puso buena nota la profesora. Y la primera hoja es la mejor.
La primera página no tiene boli rojo y sí una letra esmerada a lápiz, el resto, no es un campo de amapolas. Las notas de Lydia son de las mejores de su clase.
- ¿Te gusta el cole?
- Buuuuueno.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- ¡Maestra!
- ¿De Educación física?
- Si puede ser, sí.
- Pero habrá alguna asignatura que no te guste...
- Religión, porque la profesora me tiene manía y es aburrida, y cono [Conocimiento del medio].
- Aunque no te gusten, espero que saques buenas notas...
- Sí. La maestra de Religión me puso un bien, “sigue así”, así que yo tan contenta.
Las aulas de infantil del Colegio Público “Romero Peña” son de colores y tienen mesas y sillas diminutas. La primera maestra de Lydia, Maribel Sánchez de la Blanca, la recuerda recortando antes que muchos de sus compañeros: “Colocaba su brazo izquierdo y con la mano derecha recortaba, coloreaba, pegaba, incluso con más habilidad”. La maestra confiesa que “Lydia nunca ha sentido que tenía una discapacidad”, al contrario, que lo pasó peor cuando vino con la prótesis rígida, no sabía cómo manejarse. “Lydia se da a los demás y no es nada tímida”.
- ¿Cómo se llaman tus amigos?
- Diego, Miguel, Manuel, Jesús, Gabriel y Antonio.
- ¿A qué jugáis en el recreo?
- A fútbol, a recoger las pelotas que tiran con pistolas por la noche en el patio otros niños [los maestros los han visto por las cámara de seguridad] y como mis amigos también tienen pistolas de esas, yo se las regalo para que no las tengan que comprar.
- ¿De qué equipo eres?
- Del Real Madrid.
- Lydia, no eres nada vergonzosa...
- Bueeeeno.
- ¿A mí cuantas veces me has visto?
- Unas tres.
Nos estamos despidiendo, ya es casi la hora de cerrar la tienda, pero le hago una última pregunta a Edu:
- Habrá algo que no haga bien Lydia, ¿no?
- Bueno —suena alargado, y la madre abraza con ternura a su niña a pesar del cansancio que se esconde en sus ojeras—. Se enfada cuando algo no le gusta.