Crónica de las últimas horas del franquismo
Los periodistas que pasaron más de un mes a la espera de la muerte de Franco cuentan cómo se cubrieron los últimos días de vida de la dictadura. 40 años después, aún recuerdan los detalles de las horas que marcarían al país.

Los periodistas, ciudadanos y policía a la espera de las noticias de la enfermedad de Franco en las puertas del Hospital La Paz de Madrid. (Imagen cedida por ABC)
La última vez que los españoles vieron vivo al Caudillo fue en la manifestación del 1 de octubre de 1975 en la plaza de Oriente de Madrid, en apoyo al Régimen tras el desprestigio internacional por las ejecuciones del 25 septiembre [últimos fusilamientos de la dictadura: cinco acusados por delitos de terrorismo]. Desde entonces, Franco estuvo postrado en una cama a causa de una tromboflebitis: fueron casi dos meses en los que las dos Españas estuvieron pendientes de la prensa. Los periodistas que cubrieron “el problema” —como lo mencionaban en los partes médicos y en las noticias— cuentan cómo trabajaban bajo la censura, las “guardias” que hacían en el Hospital de La Paz en Madrid, la dificultad para entender los partes, los chistes y juegos en las noches de guardia para cubrir la noticia que cambiaría el rumbo de España.
Eran las 4.00 cuando un coche con focos intensos accedió al Hospital de La Paz por el túnel de Urgencias. Mariano González, uno de los periodistas de Europa Press que cubrió la enfermedad desde el principio, cuenta que paseaba por el vestíbulo mientras “los demás se entretenían en la sala de prensa: las noches transcurrían entre chistes, relatos y juegos para saber quién sería el próximo presidente del Gobierno con el Rey”.
Entonces, sin avisar a nadie, el periodista salió a la calle, bajó por el túnel y comprobó que el coche que alarmó por la potencia de la luz era un Chrysler Dodge Dart. Miró la matrícula, y era el automóvil oficial del teniente general de la Casa Militar de Franco, Sánchez Galiano [el enlace entre Franco y el Ejército]. “El teniente estaba en contacto permanente con la familia Franco y se había marchado de La Paz apenas dos horas antes, como a las 2.00, en un momento en que se daba por seguro que el Caudillo ya no podía empeorar más. Solo morirse”, relata González. El Jefe del Estado agotaba sus últimas horas de vida. El periodista corrió y telefoneó al redactor de guardia, Marcelino Martín: “Acaba de regresar Sánchez Galiano. Sospecho que estamos en el último tramo, pero yo no puedo averiguar más”. “Él sólo me sugirió que estuviera atento”, afirma González.
Aquel episodio fue solo el final de una agonía que duró cinco semanas. Durante más de un mes, los periodistas que esperaban la muerte de Franco se convirtieron en los ojos y oídos de la sociedad española. Cuarenta años después, aún recuerdan con claridad los detalles de unos días que marcarían la historia de España.
Lunes 17: El postoperatorio
Se recuperaba de la última operación, la tercera de la enfermedad, tras una situación crítica que hizo que los médicos temieran por su vida. El Caudillo permaneció estable durante todo el lunes, pero los partes afirmaron que pasó de estar “gravísimo” a “muy grave”, según los periódicos publicados al día siguiente. Así rezaba el primer parte médico del lunes 17 de noviembre, publicado por La Vanguardia el martes:“Las Casas Civil y Militar comunican a las 7.30 horas que, según informan los médicos de turno que atienden a S. E. el Jefe del Estado, en la Ciudad Sanitaria de La Paz, de la Seguridad Social, el Caudillo ha pasado la noche descansando sin incidencias. Firmado el equipo médico habitual”.
Los periodistas se manejaban entre superlativos: tenían acceso a escasa información, apenas los comunicados oficiales del Régimen —que “eran sagrados”, según dice Guindal— y la de sus fuentes propias. “Elaborábamos las noticias con muchos colchones”, afirma Mariano Guindal hablando de la censura. No obstante, las restricciones que tenían los profesionales no eran tantas como en el Palacio de El Pardo, cuenta Marcelino Martín, el redactor de la agencia Europa Press que dio la deseada exclusiva. En el Hospital Francisco Franco —actual Gregorio Marañón y donde estuvo internado en la primera etapa de su enfermedad en 1974—, fue más sencillo: “Tuvimos la oportunidad de contactar por primera vez directamente con miembros de la familia, de la cúpula del Régimen, del equipo médico, con elementos de los equipos de seguridad más selectos, de los servicios de información...”.
Al final del Régimen, se vivía una “atmósfera de cambio de chaquetas y de infidelidades más o menos encubiertas que protagonizaban muchos franquistas de toda la vida, que favorecía nuestro trabajo —recuerda Marcelino Martín—, los redactores capitalizaban la situación que les permitía agrandar la cantidad y calidad de sus fuentes de información”. Esto supuso que en los estertores del “problema del Franco” los periodistas contaran, inesperadamente, con un abanico de fuentes inédito hasta entonces. No obstante, Mariano González matiza que “no había ninguna fuente solvente y bien informada sobre la salud del dictador”. Continúa explicando que “hablaba con médicos del ‘equipo habitual’ que atendía a Franco, doctores del hospital, políticos, personas relacionadas con la familia Franco... Pero la fiabilidad de estas fuentes era muy variable”. Cuenta que “Gonzalo de Borbón Dampierre, hermano de Alfonso de Borbón [primer marido de la nieta mayor de Franco], aseguró la víspera de la muerte sin inmutarse que Franco se iba recuperando”.
Martes 18: El Caudillo estuvo sangrando todo el día
El “problema de Franco” iba llegando a su fin, o eso parece que decía el parte médico publicado por La Vanguardia: “A las 20.30 del día 18 de noviembre, la evolución de la enfermedad de S. E. el Jefe del Estado, hospitalizado en la Ciudad Sanitaria de La Paz, de la Seguridad Social, ha sido el siguiente: Durante las últimas horas y en el momento de redactar este parte no se evidencian signos de hemorragia. Han aparecido esporádicos trastornos del ritmo cardíaco. Continúa con respiración controlada bajo sedación medicamentosa. Las circunstancias clínicas han aconsejado mantener su temperatura corporal a 33º centígrados. Se ha realizado una nueva sesión de hemodiálisis con buena tolerancia y eficacia. El pronóstico no ha variado. Firmado el equipo médico habitual”.
El periodista Pepe Oneto afirmó en su crónica de aquel día que la jornada había sido dramática, ya que el enfermo había pasado el día sangrando de forma intermitente. Ante esta situación, Oneto escribió que “a las 14.30 se decidía una bajada general de temperatura del enfermo [el parte médico habla de 33º, tres menos que la temperatura normal del cuerpo humano], operación que se llevó a cabo y afectaba a todo el cuerpo, y no sólo al estómago, como se había hecho desde el pasado sábado”. Esto provocó que la situación fuese tensa durante todo el día: el final estaba más cerca.
Los partes médicos siempre estaban repletos de tecnicismos para evitar alarmar sobre la crudeza del estado del Caudillo. Por ello los periodistas necesitaban “traductores”: “Todos teníamos un profesional de la Medicina para que nos ayudara a entender lo que ocurría”, afirma Pilar Cernuda, una de las redactoras de la agencia Colpisa en un documental de la serie Cuéntame cómo pasó. Aunque no era tan fácil, Mariano González cuenta que “algunos médicos del hospital accedían a descifrar los partes médicos a la prensa, cuando no los veía nadie, porque había que ser muy discretos”.
Y después de Franco, ¿qué?, se preguntaban todos. La cuestión de aquellos días se llamaba Historia. Aunque la asesinato de Carrero Blanco hizo tambalear los cimientos el país en 1973, la inminente desaparición del Caudillo llenaba de incertidumbre a las dos Españas.
La agonía de Franco se alargó tanto, que los periodistas se acostumbraron a las guardias en La Paz y a la espera de la muerte. Guindal confiesa que “eran conscientes, sí, pero cuando estás metido en el ajo, tampoco lo eres tanto”. Estábamos a la caza y captura. Los de Radio París —la emisora clandestina del Partido Comunista— habían enterrado al Caudillo una docena de veces. En las redacciones ya casi no nos quedaba champán”, cuenta Mariano Guindal. Pese a las dificultades, Cernuda asegura que “el rigor y la profesionalidad son obligadas siempre y en cualquier circunstancia, incluso al cubrir noticias que parecen menores”.
Miércoles 19: El último día
La vida del Caudillo estaba llegando a su fin: evolucionaba “desfavorablemente”, como informaba La Vanguardia en el análisis de uno de los últimos partes médicos: “A las 13.30 del día 19 de noviembre, la evolución de la enfermedad de S. E. el Jefe del Estado, hospitalizado en la Ciudad Sanitaria de «La Paz», de la Seguridad Social, ha sido el siguiente: La fase crítica en el curso del postoperatorio de S. E. el Generalísimo está evolucionando desfavorablemente en la últimas horas, como consecuencia de los fenómenos tóxicos derivados del proceso periotoneal que motivaron la última intervención practicada el viernes, día 14. (…) El empeoramiento de su función respiratoria obliga a continuar la respiración controlada. La temperatura está regulada a 34 grados”.
El día transcurrió tenso, así lo relatan Pilar Cernuda y Amalia Sánchez Sampedro, también de Colpisa, en una de las crónicas publicadas el 20 de noviembre en La Vanguardia. Describieron las caras afligidas de todos aquellos que llegaban a conocer la situación del Dictador. Por ejemplo, el jefe de prensa de la Casa Civil, Lozano Sevilla —según relatan en el artículo— transmitió el parte del medio día con “el rostro contraído y la voz temblorosa por la emoción”. Lozano afirmó que “la situación continuaba gravísima” y no pudo atender a los informadores. Las impresiones eran cada vez más pesimistas, según afirmaron las periodistas.
Pero si las visitas de los más cercanos al Régimen y a la familia no dejaban de llegar al Hospital de La Paz, también fueron muchos españoles los que se congregaron allí, como muchos otros días. Guindal cuenta que incluso había puestos de comida y bebidas ambulantes, y de objetos religiosos. “¡Aquello era un jolgorio!” —rememora entre risas—. “Recuerdo el día que llevaron el brazo incorrupto de santa Teresa, y ¡dijeron que se había mejorado! Iba mucha gente, de izquierdas y de derechas, incluso tenían sus más y sus menos”, recuerda el periodista de Colpisa. “Los corresponsales de prensa internacional no entendían nada”, comenta Guindal divertido.
Aquella sería la última tarde de Franco. De hecho, circularon los rumores de que lo estaban desentubando para trasladarlo a El Pardo.
El final inminente
Mariano González recuerda que aquella noche estuvo “más atento que nunca”. Tras avisar a Marcelino Martín de la llegada de Sánchez Galiano [el Teniente General de la Casa Militar de Franco] al hospital, el periodista de Europa Press estaba muy nervioso “porque sospechaba que la noticia estaba a punto de producirse. No pude aguantar más y anuncié a los compañeros a quién acababa de ver. Pero a nadie le pareció relevante. Y me alegré”, recuerda.
De nuevo en el hall del hospital González siguió mirando a la calle. Estaba solo. Nervioso por la visita. Y serían las 4.30 cuando saltó la segunda sorpresa: otro coche repitió la maniobra. Esperó unos minutos, salió y allí estaba: otro Dodge Dart, el del Jefe de la Casa Civil de Jefe del Estado, Fuertes Villavicencio. Salió corriendo en busca del teléfono y contactó con Marcelino Martín: “Acaba de llegar a La Paz el Jefe de la Casa Civil, he visto su coche, junto al de Galiano. No lo sabe nadie. Creo que debes poner en marcha el plan previsto y hablar con el amigo del director porque aquí pasa algo raro, que hayan vuelto es alarmante”.
Este recuerda que volvió al vestíbulo y que comentó aquello con uno de los grises —uno de los agentes de Policía—, pero éste apenas le dio importancia. “Convencido de que ya Marcelino Martín habría tenido tiempo suficiente para seguir el plan, avisé al resto de periodistas. Esta vez, salieron todos disparados para avisar a sus medios”, relata el de Europa Press.
Mariano González no se enteró de que sus compañeros habían dado la exclusiva [a las 4.58] hasta que otro de los periodistas le preguntó que si era él quien había dicho que Franco había muerto. Inmediatamente, llamó a Marcelino Martín y este le respondió: “Te has enterado, ¿no? Franco ha muerto, ¡la noticia es nuestra!”. Las fuentes del director confirmaron la noticia, y la exclusiva se la llevó Europa Press. González sospechó toda la madrugada, avisó de que podría haber fallecido el Jefe del Estado, pero confirmó la noticia unos minutos más tarde que el resto, cuando la noticia flash de la agencia ya había llegado a los medios.
Fueron muchos los que brindaron por la muerte de Franco cuando el dictador ni siquiera había muerto. Pero aquella noche, los periodistas y los policías armados con sus pistolas y metralletas sí lo hicieron. Así lo relata Guindal: “Tras conocer la noticia, nos fuimos a la cafetería de La Paz. Entonces, María Antonia Iglesias —del diario Informaciones y militante del Partido Comunista— apareció y pidió una botella de champán. Se hizo el silencio. El camarero no sabía qué hacer. Terminó por ponernos unas copas. La cafetería enmudeció. El silencio se podía cortar con un cuchillo. María Antonia subió la copa, se dispuso a brindar... [Silencio]. Y sentenció: ‘Franco ha muerto, ¡viva el Rey!’”.
Ese instante entre “muerto” y “viva” les pareció eterno. “El ambiente se relajó, pero esa sensación de miedo... ¿Cómo íbamos a celebrar la muerte del Caudillo? Pero brindar por el Rey..., aquello era otra cosa”.